"No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo. " (Oscar Wilde)



lunes, 16 de julio de 2007

Hablando de hijos...


No, no tengo nada más que una hija de la que ya he hablado en alguna ocasión, pero durante un período de mi vida tuve que ejercer de madre en funciones y, al hilo de una entrada leída en uno de los blogs de mis amigos, me han entrado ganas de hablar de eso.

Mis padres practicaban el método Ogino, por aquellos tiempos era bastante frecuente recurrir a él puesto que no había la posibilidad de acceder a los métodos de prevención del embarazo que existen actualmente, y, como muchas parejas, tuvieron un fallo (no en balde dicen que el Sr. Ogino es el hombre al que se le atribuyen más hijos a lo largo de la historia…). Del fallo de mis padres nació, cuando yo tenía casi 11 años, mi hermano Alberto. Su nacimiento fue todo un acontecimiento porque era el varón que mi padre siempre había deseado tener, hasta entonces la naturaleza solo le había dado dos hermosas hijas (ejem, ejem… modestia a parte…); así que, a pesar de venir a destiempo, fue muy bien recibido.

Por mi edad y condición de hija mayor, viví el embarazo de mi madre con intensidad, desde los primeros momentos en los que no sé sabía con certeza si se había producido la fecundación hasta que pasados los nueve meses nació la criaturita. Durante ese tiempo tuve que ayudar a mi madre en algunas tareas y participé, también, en la preparación de la canastilla de mi futuro hermano.

Una vez nació, la ayuda se intensificó, sobre todo, con el cuidado del bebé. Me sentía en una situación privilegiada, podía jugar a ser la mamá de un muñeco de carne y hueso. Cuando mis deberes escolares me lo permitían debía cambiar los pañales, preparar los biberones, alimentar al bebé y, lo más desagradable, lavar las gasas que se utilizaban como pañal (en aquellos tiempos no existían los pañales desechables), esto era lo que menos me gustaba, no entendía como aquel ser tan diminuto pudiera embadurnar los pañales con aquellas enormes plastas de color indefinido y olor nauseabundo. Lo que más me gustaba era prepararle la papilla de la merienda, la que se hacía con plátano, galletas maría y zumo de naranja, ¡¡¡estaba riquísima!!!... y esperaba con ilusión que el bebé estuviera desganado para poder terminármela yo… (siempre he sido muy golosa, qué le vamos a hacer…).

De entre las anécdotas que se me han quedado grabadas de la etapa de bebé, recuerdo especialmente dos. Una de ellas se produjo cuando un día, como hacía con bastante frecuencia en el verano, fui a comprar alguna cosa que me había encargado mi madre al “colmado”, la versión reducida de las tiendas de ultramarinos, que había en mi calle. Como siempre, coloqué al niño su sillita (ya debía rondar el año de edad) y nos fuimos para allá. Mientras esperábamos el turno en la tienda, se nos acercó una señora y me dijo: “¡Ay, que mamá tan joven y tan linda! Muchas veces te veo paseando a tu bebé…”, ni que decir tiene que me quedé de piedra, me subió el pavo y a duras penas pude sacar a la susodicha señora de su error. Me parecía increíble que alguien pudiera confundirme con mi madre, claro que la señora no debía conocerla… Hay que tener en cuenta que por aquella época yo no había cumplido aún los 12 años y, a pesar, de estar en pleno proceso de cambio hormonal, no daba, ni de lejos, la imagen de una mujer que hubiese pasado por el proceso de la maternidad, o al menos eso me parecía a mí…

Ese mismo verano tuve la otra anécdota… Un día por la mañana lleve a mi hermano al parque infantil que había en la antigua Plaza Lesseps (¡cómo recuerdo aquella plaza!… con su estanque, sus columpios, su césped que en invierno se cubría de rosada, el cine Roxi en la esquina, el mismo que cantó Joan Manuel Serrat,… y ¡cómo la destrozaron cuando construyeron la Ronda del Mig!, actualmente está en obras y, aunque decían que se iba a recuperar su uso lúdico, dudo mucho que, con el tráfico de la zona, eso sea posible, pero debo reconocer que algunos edificios que se están construyendo a su alrededor le están dando una imagen mucho más amplia y moderna…) ¡Uffff, me estoy yendo de tema…! A lo que iba… Estaba con mi hermano en la zona de juegos de la plaza cuando se me ocurrió la genial idea de columpiarle, pensé que si le daba poco impulso y le sujetaba con una mano por delante sería suficiente para que el bebé no sufriera ningún percance. A mí me encantaba columpiarme y subir tan alto como fuera posible, así es que, imagino, le di más impulso del recomendable y el niño salió disparado fuera del asiento, cayendo de morros en la arena… ¡Qué susto me llevé! Cuando le levanté y vi que tenía la boca llena de arena y que se había hecho un pequeño corte en el labio que sangraba, me puse a temblar (la sangre siempre me ha dado terror, algún día explicaré alguna anécdota más al respecto). Le cogí en brazos, le llevé a la fuente donde tantas veces me paraba a beber agua o a jugar cuando iba o venía del colegio y le lavé la herida con más buena intención que éxito… Alberto poco a poco se fue calmando, pero yo no podía hacerlo. Le volví a colocar en su sillita de paseo y como alma que lleva el diablo volé más que corrí de camino a casa. Cuando llegamos mi madre se alarmó más del estado en que me vio a mí que del daño que había sufrido mi hermano, que estaba la mar de feliz por el paseo a toda máquina que acababa de tener… Nunca he podido recuperarme de ese accidente, cuando mi hija era bebé, me daban pánico los columpios y en contadas ocasiones la subí a alguno, era algo que tenía que hacer su padre y, en muchas casos, terminábamos discutiendo porque le decía que fuera cuidadoso, que no le diera tanto impulso porque la niña se podría caer, y él, claro está, se pillaba unos cabreos considerables.

A medida que Alberto fue creciendo las anécdotas fueron cambiando, tanto es así, que con el paso de los años, pasé de ser la madre a ser la pareja de mi hermano a los ojos de los demás… Mi muñeco creció y se hizo todo un tiarrón de 1.85 de estatura y, hasta hace algún tiempo, más de 110 kg. de peso, vamos todo un armario ropero… (actualmente ha adelgazado a base de llevar una dieta muy equilibrada y mucho ejercicio físico). Un sábado por la tarde, él debía de tener sobre los 18 años (yo todavía estaba soltera), estábamos aburridos en casa y decidimos ir a hacernos socios de un nuevo video-club que habían abierto en el barrio. Nos enseñaron donde encontrar las películas y cuando estábamos dando los datos, él que nos atendía, guiñándonos un ojo, nos dijo que en el fondo había una zona, diferenciada del resto de las estanterías, donde se podían encontrar películas de contenido muy adecuado para una pareja joven como nosotros. En aquel momento ninguno de los dos dijo nada, pero en cuanto salimos del establecimiento nos pusimos a reír como locos… nos habían confundido con una pareja de novios o recién casados… Sin comentarios…

En otra ocasión, ya estaba montando mi casa familiar, necesitaba ir a recoger unos cuadros que tenía encargados, mi pareja no podía venir conmigo, y como era algo bastante voluminoso, mi hermano se ofreció a acompañarme. La calle donde estaba la tienda de marcos era una calle algo estrecha y no había sitio para aparcar, así es que Alberto dejo el coche sobre la acera unos segundos para entrar en el establecimiento a recoger los paquetes, cuando salíamos los dos cargados nos encontramos con que un urbano nos estaba poniendo una multa. Le explicamos que éramos una pareja de novios que estaba montando el piso, que habíamos venido a recoger los cuadros que llevábamos y que, como que no había sitio, habíamos dejado el coche el tiempo justo para entrar a recogerlos, que por favor no nos pusiera la multa que con los gastos del piso y de la boda nos iba a hacer una faena y el buen hombre rompió la papeleta como “regalo de bodas a unos novios tan simpáticos”.

Entre las primeras y las últimas anécdotas pasaron algunos años en lo que se estableció una complicidad muy especial entre mi hermano Alberto y yo. Cuando era niño, una hermana bastante más mayor le valió tener una aliada en alguna de sus travesuras que le evitó recibir alguna que otra bronca paterna; a medida que fue creciendo deje de ser alguien que le protegía, para ser más amigos y camaradas. Siempre hemos tenido mucha confianza el uno en el otro, y cuando alguno de los dos hemos tenido algún problema, siempre ha estado el otro a su lado para intentar ayudarle. Alberto fue quien me ayudó a poner en marcha y a sacar adelante mi negocio durante los años en que lo tuve.

Cuando hace 3 años falleció nuestra hermana, hicimos, si cabe, mucha más piña, juntos tuvimos que hacer frente a sus últimos días y a todo el lío derivado del funeral (lógicamente, nuestros padres no estaban en aquellos momentos para nada). Era cuando yo estaba en pleno proceso de separación y aquel año, por vacaciones, nos fuimos juntos por Andalucía, entonces fue “mi niño” quien se hizo cargo de mí y se ocupó de darme los ánimos que necesitaba porque estaba atravesando una de las peores etapas de mi vida.

Ahora Alberto tiene pareja fuera de la ciudad y no nos podemos ver con la asiduidad con que lo hacíamos antes, pero siempre sabemos, los dos, que en cualquier momento, basta con levantar el teléfono para estar uno al lado del otro como siempre lo hemos hecho.

Esta entrada va por ti, hermanito, te quiero…


6 comentarios:

Prijuabe dijo...

Que gratos recuerdos. A los que ya tuve has añadido más todavía.
Mi caso fue similar, según dicen, solo que ya tenían la parejita.
Además, cuando mi hermana se hecho novio, él también me adopto como si fuera su hijo mayor. Me iba con ellos de paseo, incluso me iba con él a “echarle” una mano en algunos trabajos. Cuando nació mi sobrino ya tuve con quien jugar (era mi hermano pequeño)
Te puedes imaginar que cuando íbamos los tres juntos las miradas y comentarios eran de todo tipo, pero nunca nos importó a ninguno.
Y por mis recuerdos yo me puedo imaginar lo bien que lo habéis pasado y lo seguiréis pasando juntos, aunque sea menos frecuente por las distancias (a nosotros nos ocurre lo mismo) pero esos momentos, al ser mas largos en el tiempo, también son más intensos.
Mis felicitaciones por tu exposición.
Besos y abrazos de amigos-hermanos-hijos-madres.

Te mereces una frase que se que te gusta mucho: "El tiempo que perdiste por tu rosa es lo que hace a tu rosa tan importante..."

Alvargonzalo dijo...

Estupendo relato, que mejorará, sin duda, cuando consiga subir la dichosa música que se supone debe acompañarlo.
Una saca de dos arrobas, hoy.

lemoinestar dijo...

jajajajaja.... va a resultar que ambos sois tanto o más impacientes que yo... qué estaba sin pulir, joooo!!!!

Nuria dijo...

Gracias amiga por habernos relatado una parte de la historia de tu vida, cada día te conozco un poco más, y hoy ha sido una pieza muy importante para ello, pero ante nada, ahora comprendo tu actitud ante lo que hablábamos ayer en el barco.

Por lo que veo tienes una hija, pero tus funciones de madre se anticiparon por los cuidados de tu hermano, quién actuactes como una verdadera madre ante él, cuidándolo, queriéndolo, mimándolo, jugando con él, etc, etc, quien has demostrado ser madre muy pronto, y sobre todo te sirvió para cuando tuviste a tu hija, y no fuiste con los ojos cerrados pues ya sabías lo que era ser "madre", con los consiguientes peligros que todo ello conlleva, pero a tu minúscula edad has aprendido a ser madre muy pronto y sobre todo a ser madura con tu pequeña edad.

Tambien has vivido la experiencia de otro acontencimiento, pero en este caso, muy desagradable, el ver morir a una hermana.

Todo ello envuelto en tu vida, con bellos y también amargos recuerdos, que perdurarán para siempre en tu interior, de los buenos aprendemos, como en el caso de tu hermano, a tener una amplia experiencia en el cuidado y cariño de un hijo; y de los malos también aprendemos, a intentar vivir un poquito mejor la vida, pues sabemos que si miramos a nuestro hombro vemos una compañera que algún día nos visitará, como es la muerte, y quién será la dueña de nuestras vidas algún día.

De todos los acontecimientos tenemos mucho que aprender, por ello mismo, porque tenemos que aprender hemos de ir luchando contra todas las barreras que se nos presenten, y aunque de las malas aprendamos, es mejor quedarnos siempre... siempre... con las buenas.

Tu hermana quedará en tu vida para siempre, no se ha ido, porque te acompañará para toda tu vida, y tu hermano aunque también este lejos pero en la distancia, también siempre le tendrás, por lo que, confía siempre en los dos, en la hermana que tienes tan lejos, que la llevas en tu interior, y en el hermano que tienes también lejos pero en la distancia, pero que a éste último le puedes encontrar cuando le necesites.

Muy entrañable y muy tierno tu texto amiga, y te mando un beso muy fuerte que, aunque sea en la distancia, se que te llegará muy cerquita de tí.

mangeles dijo...

A mi esa papilla de la merienda también me gustaba...y mi madre como buena andaluza..y como consecuencia del hambre trás la guerra civil...pos siempre hacia comida de másssss...incluida la papilla frutas pal nene..jejejejjee

lemoinestar dijo...

berni,
uffff, son muchas cosas, la entrada ha sido larga y, a pesar de ello, no refleja ni la más mínima parte de todos los recuerdos.
Gracias por compartir esa frase tan, tan especial.

Alvargonzalo,
hummm!!! demasiado generoso le veo... ¿se encuentra bien?

Nuria,
la vida es eso... nacer... morir... es parte de lo mismo y tenemos que aprender a convivir con ello.

Gracias una vez más por tus palabras. Te envio un beso tan afectuoso como el tuyo.

mangeles,
es que esa papilla... ¡hummm cómo estaba esa papilla! no me hubiera cansado de comerla.