Vamos de camino hacía la casa de los padres de L en un pueblo de La Mancha manchega de Ciudad Real, hemos salido con retraso y el hambre del mediodía nos pilla por el camino, así es que decidimos hacer un alto para calmar los rugidos del estómago. Por la meseta castellana no se ven demasiados lugares apropiados para ello, pasamos por uno que está muy poco concurrido, ya sabemos lo que se dice de este tipo de restaurantes… poca clientela no es un buen síntoma… Decidimos continuar un poco más y en pocos minutos llegamos a otra venta en la que hay aparcado un número importante de coches y camiones… es buen presagio…
Accedemos al bar que en esos momentos se encuentra muy concurrido, vemos la puerta del comedor que está abarrotado, ninguna mesa libre, nos dicen que salgamos por una puerta lateral, bajemos unas escaleras y encontraremos otro comedor. Así lo hacemos, el acceso es bastante complicado, el tramo de escaleras no está suficientemente iluminado y pensamos que nos hemos perdido, pero al final aparece un local enorme con un gran número de mesas, de las cuales, tan solo las primeras están ocupadas. El camarero nos indica una de las mesas libres, justo enfrente de la salida de aire acondicionado que se nota con intensidad, le pedimos una nueva mesa, un poco más alejada y el camarero nos pone pegas… Parece que vamos mal…
La carta es extensa, un número importante de primeros y segundos, combinados con postre y bebida, un menú completo a un precio bastante aceptable. Escogemos de primero un gazpacho andaluz y unos entremeses (suponemos que en está zona deben de ser de calidad), una escalopa a la milanesa y unos calamares a la romana completan el pedido. El gazpacho es aceptable pero los entremeses dejan bastante que desear, ni siquiera el queso se salva (no hay que olvidar que estamos en La Mancha…). A la hora los segundos la cosa degenera… los calamares se quedan reducidos a un fino hilo elástico de sabor indescifrable rodeado de una abundante masa de harina de color amarillo brillante y la escalopa, que presenta un sospechoso color marrón oscuro, al cortarla parece una lámina de madera chamuscada tanto en la consistencia como en el aspecto. Lo de los calamares es, hasta cierto punto comprensible, el precio del menú es bastante económico, no se pueden esperar milagritos, pero que la carne esté quemada no tiene nada que ver con eso. Rogamos al camarero que retire el plato y lo sustituya por otro “menos hecho”; después de un largo rato, aparece la nueva escalopa algo más comestible. El resto de la comida transcurre con normalidad excepto por la temperatura ambiente que hace pensar que nos encontramos en el interior de un frigorífico. Terminamos, pues, tiritando de frío (ya lo dice el refranero: el español fino después de comer tiene frío) y pensamos subir a tomar el café a la barra del bar donde suponemos que hará un poco más de calor. Pedimos la cuenta al camarero y nos dice que cojamos la nota del pedido y la presentemos en el bar…
Desandamos el camino de acceso al segundo comedor a través de la escalera tenebrosa. Ya en la barra pedimos los cafés: uno sólo descafeinado de máquina con sacarina para una y un cortado descafeinado con la leche del tiempo para la otra. El café solo viene bien, pero el descafeinado es un vaso de leche poco caliente con un sobrecito de café liofilizado.
- Disculpe, por favor, pero el cortado era de máquina. ¿Me lo podría cambiar? –le digo al camarero.
- ¡¡¡Eso debería habérmelo dicho antes!!! –se sulfura el hombre.
- ¿Hay algún problema en cambiarlo? –se interesa mi amiga.
El “atento” camarero retira el café con un gesto brusco y se da la vuelta murmurando palabras ininteligibles (por las formas, se diría que son juramentos en arameo), pasados unos segundos trae el café como lo habíamos pedido. Se gira y de repente se da la vuelta nuevamente, coge con una mano violentamente el sobre de azúcar del platillo y mientras que, dando un golpe encima del mostrador con la otra mano, deposita un sobrecito de sacarina mientras dice: ¡¡¡La sacarina!!! (nadie le había dicho que ese café fuera con sacarina…). Por supuesto me tomé el cortado con sacarina… cualquiera se atrevía a decir algo…
L y yo nos miramos con sorpresa… ¿qué ha pasado? ¿tanto problema representa cambiar un vasito de leche blanca por un café descafeinado de máquina al que se pueden añadir un poco de la misma para hacer un cortado? Me quedo mirando a L fijamente mientras le digo:
- Se me está ocurriendo unan mala idea…
- Sí –dice ella leyéndome el pensamiento- vamos a hacerlo.
Cojo la nota de la comida que había depositado sobre la barra mientras tomaba el café, la doblo cuidadosamente por la mitad y me la meto en el bolsillo del pantalón… me parece que se me va a “olvidar” pagar la comida…
L pregunta cuanto se debe, el camarero “simpático” le dice que dos euros con veinte céntimos, se los abona (sin dejar propina, por supuesto) y salimos muy dignamente del local.
Cuando llegamos al coche nos ponemos a reír con ganas (y también nervios) es la primera vez en que las dos nos vamos sin pagar de algún sitio, pero creemos que en este caso nos lo hemos ganado con creces por el mal trato recibido.
Accedemos al bar que en esos momentos se encuentra muy concurrido, vemos la puerta del comedor que está abarrotado, ninguna mesa libre, nos dicen que salgamos por una puerta lateral, bajemos unas escaleras y encontraremos otro comedor. Así lo hacemos, el acceso es bastante complicado, el tramo de escaleras no está suficientemente iluminado y pensamos que nos hemos perdido, pero al final aparece un local enorme con un gran número de mesas, de las cuales, tan solo las primeras están ocupadas. El camarero nos indica una de las mesas libres, justo enfrente de la salida de aire acondicionado que se nota con intensidad, le pedimos una nueva mesa, un poco más alejada y el camarero nos pone pegas… Parece que vamos mal…
La carta es extensa, un número importante de primeros y segundos, combinados con postre y bebida, un menú completo a un precio bastante aceptable. Escogemos de primero un gazpacho andaluz y unos entremeses (suponemos que en está zona deben de ser de calidad), una escalopa a la milanesa y unos calamares a la romana completan el pedido. El gazpacho es aceptable pero los entremeses dejan bastante que desear, ni siquiera el queso se salva (no hay que olvidar que estamos en La Mancha…). A la hora los segundos la cosa degenera… los calamares se quedan reducidos a un fino hilo elástico de sabor indescifrable rodeado de una abundante masa de harina de color amarillo brillante y la escalopa, que presenta un sospechoso color marrón oscuro, al cortarla parece una lámina de madera chamuscada tanto en la consistencia como en el aspecto. Lo de los calamares es, hasta cierto punto comprensible, el precio del menú es bastante económico, no se pueden esperar milagritos, pero que la carne esté quemada no tiene nada que ver con eso. Rogamos al camarero que retire el plato y lo sustituya por otro “menos hecho”; después de un largo rato, aparece la nueva escalopa algo más comestible. El resto de la comida transcurre con normalidad excepto por la temperatura ambiente que hace pensar que nos encontramos en el interior de un frigorífico. Terminamos, pues, tiritando de frío (ya lo dice el refranero: el español fino después de comer tiene frío) y pensamos subir a tomar el café a la barra del bar donde suponemos que hará un poco más de calor. Pedimos la cuenta al camarero y nos dice que cojamos la nota del pedido y la presentemos en el bar…
Desandamos el camino de acceso al segundo comedor a través de la escalera tenebrosa. Ya en la barra pedimos los cafés: uno sólo descafeinado de máquina con sacarina para una y un cortado descafeinado con la leche del tiempo para la otra. El café solo viene bien, pero el descafeinado es un vaso de leche poco caliente con un sobrecito de café liofilizado.
- Disculpe, por favor, pero el cortado era de máquina. ¿Me lo podría cambiar? –le digo al camarero.
- ¡¡¡Eso debería habérmelo dicho antes!!! –se sulfura el hombre.
- ¿Hay algún problema en cambiarlo? –se interesa mi amiga.
El “atento” camarero retira el café con un gesto brusco y se da la vuelta murmurando palabras ininteligibles (por las formas, se diría que son juramentos en arameo), pasados unos segundos trae el café como lo habíamos pedido. Se gira y de repente se da la vuelta nuevamente, coge con una mano violentamente el sobre de azúcar del platillo y mientras que, dando un golpe encima del mostrador con la otra mano, deposita un sobrecito de sacarina mientras dice: ¡¡¡La sacarina!!! (nadie le había dicho que ese café fuera con sacarina…). Por supuesto me tomé el cortado con sacarina… cualquiera se atrevía a decir algo…
L y yo nos miramos con sorpresa… ¿qué ha pasado? ¿tanto problema representa cambiar un vasito de leche blanca por un café descafeinado de máquina al que se pueden añadir un poco de la misma para hacer un cortado? Me quedo mirando a L fijamente mientras le digo:
- Se me está ocurriendo unan mala idea…
- Sí –dice ella leyéndome el pensamiento- vamos a hacerlo.
Cojo la nota de la comida que había depositado sobre la barra mientras tomaba el café, la doblo cuidadosamente por la mitad y me la meto en el bolsillo del pantalón… me parece que se me va a “olvidar” pagar la comida…
L pregunta cuanto se debe, el camarero “simpático” le dice que dos euros con veinte céntimos, se los abona (sin dejar propina, por supuesto) y salimos muy dignamente del local.
Cuando llegamos al coche nos ponemos a reír con ganas (y también nervios) es la primera vez en que las dos nos vamos sin pagar de algún sitio, pero creemos que en este caso nos lo hemos ganado con creces por el mal trato recibido.
*************
4 comentarios:
Sólo os había faltado no haber pagado los cafes jajaja.
Creo que en un caso así, la mala idea no es la vuestra, sino del servicio que os dieron
Por cierto, hoy va de refranes: El español valiente cuando come frio siente.
Un beso de premio para cada una por tomar una buena decisión.
Jajajaja, Berni, creo que no pagar los cafés ya hubiese sido excesivo.
No sé si fue una buena decisión; de alguna manera, este verano me he sentido más de una vez como una de las protagonistas de Thelma y Louisse...
Mil besos de premio por ser como eres.
Como sabes suelo viajar bastante y voy a añadir otra anecdota del mundo de la restauración.
Como bien sabes soy futbolero y me gusta seguir a mi equipo (aunque ya hace años que no lo hago).
En un Valencia - .................
paseando a medio dia por el centro de la ciudad, nuestros estomagos empezaron a emitir sonidos quejosos. Tomamos la decision de buscar mesa y sillas para que descansaran un rato, a ver si cesaban los dichosos ruiditos.
Entramos en un Restaurante de la antigua Plaza del Paquillo (Ahora la plaza de las mascletas)
Al estar en ciudad desconocida optamos por solicitar alguno de los platos que dicen ser la especialidad de la tierra !!
UNA PAELLA !!!!!!!
Demasiada casualidad para que las doce personas que estabamos en la mesa opinaramos lo mismo de tal destrozo de la cultura culinaria Valenciana.
En fin, resignados pedimos los cafes, y finalizamos el "Festin"
A la hora de pagar pedimos la nota y efectuamos el pago sin ningun tipo de inconveniente, la sorpresa estaba por llegar !!!!
Una de las personas del grupo le hizo la siguiente observacion al camarero en tono absolutamente normal, ""Con la fama que tiene la paella valenciana, la verdad he de decirle que esta nos ha decepcionado""
A lo que el camarero respondio ""Señora, es porque la paella buena nos la reservamos para los Valencianos, la mala es la que tenemos guardada para los Catalanes""
Nuestra educación nos indico que la mejor opcion era borrar ese lugar de nuestros puntos de gastronomia para pasarlo a la ""Carpeta de los desesperados"".
Con todo esto solo quiero decir que debemos ser indulgentes y sentirnos apenados por aquellas personas que no gozan de la cultura y respeto suficiente para hacer sentir al viajero como en casa.
Solo son pobres hombres con vidas vacias.
Nada mas que eso.
Por cierto, mi equipo gano esa noche !!
Nightranger,
no creo que estas personas merezcan nuestra indulgencia ni nuestra comprensión, si alguien se dedica a este oficio de la restauración, lo menos que se le puede exigir es educación y profesionalidad, algo que, por lo que he podido comprobar este verano, cada vez es más escaso.
Curiosamente, una de las mejores experiencias gastronómicas de estas vacaciones la he vivido también en Valencia, algún día te diré dónde.
Besos condimentados con sal y pimienta.
¿Deseas dejar tu opinión?