Hace ya algún tiempo que leí el libro “Cuentos para pensar”, de Jorge Bucay, el otro día, por casualidad, volvió a caerme en las manos y al hojearlo volví a recordar uno de los cuentos que más me impresionó en su momento, en él se habla de cadenas, de esas cadenas invisibles que muchas veces nos impiden actuar con libertad y, que si lo intentamos, vemos que no son tan fuertes como creíamos. Me ha venido bien recordar ahora esta lección, la dejo aquí por si a alguien más le puede resultar provechosa.
-No puedo -le dije- ¡NO PUEDO!
-¿Seguro? -me preguntó el gordo.
-Sí, nada me gustaría más que poder sentarme frente a ella y decirle lo que siento... pero sé que no puedo.
El gordo se sentó a lo Buda en esos horribles sillones azules de consultorio, se sonrió, me miró a los ojos y bajando la voz (cosa que hacía cada vez que quería ser escuchado atentamente), me dijo:
-¿Me permites que te cuente algo?
Y mi silencio fue suficiente respuesta. Jorge empezó a contar:
-Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a alguna tía por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia:
-Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...
Y así es, Demián. Todos somos un poco como ese elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad.
Vivimos creyendo que un montón de cosas "no podemos" simplemente porque alguna vez, antes, cuando éramos chiquitos, alguna vez, probamos y no pudimos..
Hicimos, entonces, lo del elefante: grabamos en nuestro recuerdo: NO PUEDO... NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ. Hemos crecido portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar. Cuando mucho, de vez en cuando sentimos los grilletes, hacemos sonar las cadenas o miramos de reojo la estaca y confirmamos el estigma: ¡NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ!
Jorge hizo una larga pausa; luego se acercó, se sentó en el suelo frente a mí y siguió:
-Esto es lo que te pasa, Demián, vives condicionado por el recuerdo de que otro Demián, que ya no es, no pudo.
Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón... TODO TU CORAZÓN.
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9 comentarios:
Cadenas invisibles pero a veces más fuertes que las de acero. Cadenas de las cuales es dificilísimo librarse. Pero esa es la batalla querer hacer algo y luchar por conseguirlo, no decir nunca NO PUEDO. Luchar y luchar por vencer miedos, inseguridades, temor de soltar esas cadenas. Seguir viviendo y luchar por alcanzar nuestros sueños y a pesar también de nuestras incongruencias.
Besos sin cadenas.
Ana,
igual es que nos fijamos demasiado en la cadena y no en la estaca a la que está sujeta, después de todo, el pasar del "NO PUEDO" al "YO PUEDO" es sólo cuestión de una letra ;-)
Besos poderosos.
Afortunadamente, estos dias me he dedicado a arrancar todas mis estacas y aprovechando el fio, las he metido en la llar de foc.
Las cadenas han quedado tiradas al lado del mar, esperando que el oxido las devore.
Como en su día cantaron los Lynyrd Skynyrd, ahora soy un "Free bird"
Petonets de Llima.
Nightranger,
¡¡¡JoooOOOoooOOOooo!!! ¡¡¡Qué suerte!!!... Ahora igual te contratan en los Disney Studios para hacer de Dumbo.
Besos afilados
Anda¡¡¡, yo siempre pensé que era porque estaban amaestrados (sabían que si estaban atados a algo ...eso correspondía con QUIETO AQUÍ). Aunque nunca me lo pregunté con los Elefantes.(yo he ido al circo muy poco, dos o tres veces creo)yo me lo pregunté en las pelis del Oeste (de esas ví cientos) con los Caballos...que atandolos levemente, incluso con dejadez (John Wayne era especialista en hacerlo) los caballos no se iban.
Bonita historia..besos
lemoinestar:
Todo es cuestión de darnos cuenta que podemos.
¿Podemos? SI. Pues adelante.
Besos sin estacas
Bueno, tal vez sea la estaca la que está encadenada al elefante, que permanece inmovil para que esta no escape.
Mangeles,
imagino que el proceso de aprendizaje ligado a amaestrar a un animal es muy complejo e intervienen muchos factores. No sé si viene al caso, pero tuve un periquito que en cuanto me oía aproximarme salía de la jaula (tenía la puerta abierta) y volaba para ponerse sobre mi hombro, cuando le apartaba volvía a su jaula; fue algo que empezó a hacer espontáneamente, no sé si estaba amaestrado o simplemente es que sabía que yo era quien le alimentaba...
Besos.
Berni,
qué síiiiii, qué SI PUEDO!!!!
Besos posibles.
Amech,
ya sabía yo que si alguien nos tenía que dar un punto de vista diferente iba a ser un pingüino, jajajaja, prometo seguir pensando aunque no te aseguro que llegue a ninguna conclusión, eso tampoco sería propio de una pingüina.
Arazos para el camino.
Pues no creo que acepte, no trabajo para los Yankees, lo siento.
Petonets de Vainilla.
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