Este fin de semana tengo un evento social “importante”, un evento programado con la suficiente antelación y en el que participan suficientes personas de mi entorno como para que se haya generado una gran expectación. Llevo dos meses oyendo hablar de lo mismo entre algunos de mis allegados; tanto es así, que a menos de 48 horas de que se inicie estoy deseando que ya se acabe. Recuerdo cuando se preparaban las Olimpiadas en mi ciudad, parecía que todo giraba en torno a eso y que era imposible imaginarse nada que fuera posterior, era como si el mundo se acabará en aquel momento, como si nada más tuviera importancia. La misma sensación tengo con respecto al evento que estoy comentando, parece como si el mundo que compartimos todas las personas que participamos en él se acabara en ese momento. Evidentemente no será así, una vez haya sucedido se hablará durante tiempo de lo que aconteció y de las consecuencias derivadas de todo ello, pero eso será otra historia…
No sé porque siempre que sucede una cosa de este estilo me pasa lo mismo, creo que soy una persona bastante sociable y cuando me proponen participar en una reunión de este tipo me siento contenta porque pienso en todo lo bueno que voy a poder extraer de esa experiencia, la emoción de volver a reunirnos con personas lejanas a las que tenemos pocas oportunidades de ver, la diversión derivada de las paridas que suelte cada uno mientras estemos juntos… ese tipo de sensaciones que se quedan gravadas como fotografías imperecederas.
Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y se aproxima la fecha señalada se me van quitando las ganas; son demasiadas las expectativas, los dimes y diretes, los malos rollos que se van vislumbrando por el camino, para que me sienta un poco agotada y me dé una pereza enorme continuar con los preparativos.
Sea el tipo de evento del que se trate, ya sea una celebración o reunión familiar, profesional o entre amigos, existen demasiadas implicaciones emocionales entre los participantes, para bien o para mal… en unos casos son afectos y en otros son rencores sin resolver… y de esta manera se van creando “bandos” o “clanes”, no sé como nombrarlo, entre las personas más afines. Muchas personas van moviendo sus fichas para conseguir la mejor posición: para ser los más guapos, los más interesantes, los mejor relacionados… Se establecen alianzas y pactos para ocupar el mejor lugar y dejar en evidencia a los adversarios.
Yo estas cuestiones me las suelo tomar con bastante calma, no me gusta planificar en exceso lo que va a suceder, entre otras razones, porque la vida me ha enseñado que las cosas son siempre como tienen que ser, no como hemos previsto que sean. Así pues, en el caso que nos ocupa, no he generado demasiadas expectativas al respecto. Por supuesto que deseo “triunfar” en el evento como cualquier hijo de vecino, pero sin obsesionarme en cuál es el posible triunfo que quiero conseguir, tal vez porque me conformo con estar entre las personas que quiero y con pasarlo bien todos juntos.
En este orden de cosas, no ha sido hasta esta misma semana que me he planteado en serio que me iba a poner para la ocasión. En mi mente me había formado una idea aproximada de lo “divina” que quería estar, pero no me había preocupado en salir a recorrer tiendas con el objetivo de pescar lo más deslumbrante que pudiera ponerme encima. Después de haber dedicado unas cuantas horas a probarme modelitos, llegaba el momento de tomar una decisión… y entonces es cuando se me hizo más patente la angustia con la que estaba viviendo las vísperas del acontecimiento, no me quedaba más remedio que sentarme a reflexionar…
¿Qué es lo que quería… un conjunto que valiese una fortuna para dejar con la boca abierta a todo el mundo y que representará un gasto excesivo para mi maltrecha economía… o prefería dejarme de tonterías y pasar de los comentarios que mi atuendo pudiera suscitar, llevando algo más asequible para mi bolsillo, con lo que me sintiera cómoda y que se ajustará a mi personalidad, algo que no tuviera que exhibir como si me hubiera tragado el palo de la escoba?
Evidentemente opté por la segunda opción y es que, a estas alturas, me importa un rábano lo que digan o dejen de decir los demás. Me niego a ir decorada como un árbol de navidad para resultar llamativa porque creo que lo que resulta más impactante de una persona es su manera de comportarse; si por ir con un atuendo determinado voy a estar incomoda y más pendiente de si me hacen daño los zapatos o si el escote se mueve de su sitio, voy a perderme de disfrutar de todo lo que pueda compartir con las personas que aprecio, más me vale que me quede en casa.
Vamos, que me parece que iré a la fiesta arreglada pero informal… es decir, con chándal y con tacones, jejeje…
No sé porque siempre que sucede una cosa de este estilo me pasa lo mismo, creo que soy una persona bastante sociable y cuando me proponen participar en una reunión de este tipo me siento contenta porque pienso en todo lo bueno que voy a poder extraer de esa experiencia, la emoción de volver a reunirnos con personas lejanas a las que tenemos pocas oportunidades de ver, la diversión derivada de las paridas que suelte cada uno mientras estemos juntos… ese tipo de sensaciones que se quedan gravadas como fotografías imperecederas.
Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y se aproxima la fecha señalada se me van quitando las ganas; son demasiadas las expectativas, los dimes y diretes, los malos rollos que se van vislumbrando por el camino, para que me sienta un poco agotada y me dé una pereza enorme continuar con los preparativos.
Sea el tipo de evento del que se trate, ya sea una celebración o reunión familiar, profesional o entre amigos, existen demasiadas implicaciones emocionales entre los participantes, para bien o para mal… en unos casos son afectos y en otros son rencores sin resolver… y de esta manera se van creando “bandos” o “clanes”, no sé como nombrarlo, entre las personas más afines. Muchas personas van moviendo sus fichas para conseguir la mejor posición: para ser los más guapos, los más interesantes, los mejor relacionados… Se establecen alianzas y pactos para ocupar el mejor lugar y dejar en evidencia a los adversarios.
Yo estas cuestiones me las suelo tomar con bastante calma, no me gusta planificar en exceso lo que va a suceder, entre otras razones, porque la vida me ha enseñado que las cosas son siempre como tienen que ser, no como hemos previsto que sean. Así pues, en el caso que nos ocupa, no he generado demasiadas expectativas al respecto. Por supuesto que deseo “triunfar” en el evento como cualquier hijo de vecino, pero sin obsesionarme en cuál es el posible triunfo que quiero conseguir, tal vez porque me conformo con estar entre las personas que quiero y con pasarlo bien todos juntos.
En este orden de cosas, no ha sido hasta esta misma semana que me he planteado en serio que me iba a poner para la ocasión. En mi mente me había formado una idea aproximada de lo “divina” que quería estar, pero no me había preocupado en salir a recorrer tiendas con el objetivo de pescar lo más deslumbrante que pudiera ponerme encima. Después de haber dedicado unas cuantas horas a probarme modelitos, llegaba el momento de tomar una decisión… y entonces es cuando se me hizo más patente la angustia con la que estaba viviendo las vísperas del acontecimiento, no me quedaba más remedio que sentarme a reflexionar…
¿Qué es lo que quería… un conjunto que valiese una fortuna para dejar con la boca abierta a todo el mundo y que representará un gasto excesivo para mi maltrecha economía… o prefería dejarme de tonterías y pasar de los comentarios que mi atuendo pudiera suscitar, llevando algo más asequible para mi bolsillo, con lo que me sintiera cómoda y que se ajustará a mi personalidad, algo que no tuviera que exhibir como si me hubiera tragado el palo de la escoba?
Evidentemente opté por la segunda opción y es que, a estas alturas, me importa un rábano lo que digan o dejen de decir los demás. Me niego a ir decorada como un árbol de navidad para resultar llamativa porque creo que lo que resulta más impactante de una persona es su manera de comportarse; si por ir con un atuendo determinado voy a estar incomoda y más pendiente de si me hacen daño los zapatos o si el escote se mueve de su sitio, voy a perderme de disfrutar de todo lo que pueda compartir con las personas que aprecio, más me vale que me quede en casa.
Vamos, que me parece que iré a la fiesta arreglada pero informal… es decir, con chándal y con tacones, jejeje…
6 comentarios:
¿Volvió de la fiesta con chándal y zapatos (supongo que sin tacón)?
Nada dice de su bolso, por cierto, ni de otros complementos. Bien.
Jajajaja... le pillé... Empiezo a comprender alguno de sus procesos mentales...
No se lo creerá... pero resulta que al regresar de la fiesta perdí uno de mis zapatos y ando esperando al principe que venga a probármelo... si le ve por algún lugar, ya sabe, dele la pista...
*:):)
Ante una circustancia así me acorde de las dos frases que puse en mi perfil del chat y que llevo siempre conmigo desde que las leí. Son de mi libro "juvenil" preferido (de vez en cuando le doy un repaso) ¿sabes cual es?
No se ve bien sino con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos.
El tiempo que perdiste por tu rosa es lo que hace a tu rosa tan importante ...
mmmmm, Bernardo, no te lo había dicho nunca, pero El Principito es uno de mis libros favoritos y de vez en cuando me gusta volver a releerlo, y las frases, por supuesto, son memorables. Gracias por dejarlas aquí.
Guapa:
El envoltorio de las personas es solamente eso, algo superficial, aunque sea lo primero que se ve y en lo primero que nos fijamos, pero que con el tiempo se marchita y envejece, en cambio, la personalidad, lo que llevamos dentro, siempre perdurará en nuestros días y por mucho que queramos cambiar, esa nadie nos la quita, por lo que, te pongas lo que te pongas, siempre seguirás siendo tú misma, unas veces vestida de carnaval, y otras veces vestida con chandal, pero siempre serás tú la que estés en el envoltorio.
Y mi opinión, sin lugar a dudas, es ir siempre agusto con una misma, no agusto del personal.
Un abrazo, e impresionada estoy de tus textos, nunca conocemos a las personas hasta que llegamos a conocer las personas hasta que no las tratamos, sin lugar a dudas, y yo en este caso, no te he tratado, pero me siento muy cerca de tí guapa.
Sigue siendo siempre como TÚ ERES, nada más.
Nuria,
también para mí ha sido una grata sorpresa ir conociéndote un poco más. Me ha encantado encontrar tus comentarios porque en todos ellos estoy descubriendo a una persona muy positiva, como la gente que me gusta.
Un abrazo, cielo, y espero seguir contando con tu compañía.
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