"No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo. " (Oscar Wilde)



miércoles, 30 de julio de 2008

Para ellas, mis amigas

(Clica para oír la canción)

Y me rodean
amigas altas, bajas, guapas y feas
resistentes pero desarmadas, buenas y malas
y algún que otro día sólo cansadas.

A toda prueba
viejas como la esfinge y nuevas, nuevas
les gusta ser tan altas como la luna; pero también
volverse pequeñitas como aceitunas.

Que transforman lo eterno en cotidiano
que conviven sin miedo con la muerte
que luchan cuerpo a cuerpo con la suerte hasta lograr
que coma dulcemente de sus manos.

Y me rodean
amigas ay, ay, amigas
dulce esperanza de la sed
amantes siemprevivas
dorado manantial de espigas
y me rodean
amigas ay, ay, amigas
diosas de agua y de la miel
valientes fugitivas del edén.

Lloras sin rabia
envejecen haciéndose más sabias
saben coger la vida por los cuernos, pero también
correr para no verse en el infierno.

Con su ternura
funden el corazón de la amargura
y como todos, quieren que las quieran más, que bien saben
tener la soledad de compañera.

Que transforman lo eterno en cotidiano
que conviven sin miedo con la muerte
que luchan cuerpo a cuerpo con la suerte hasta lograr
que coma dulcemente de sus manos.

Y me rodean
amigas ay, ay, amigas
dulce esperanza de la sed
amantes siemprevivas
dorado manantial de espigas
y me rodean
amigas ay, ay, amigas
diosas del agua y de la miel
valientes fugitivas del edén.

Amigas ay, ay, amigas.

sábado, 19 de julio de 2008

Tienes permiso para mentirme, pero...

Si me mientes, miénteme bien...



MIÉNTEME BIEN - Concha Buika

Si tú me mientes susurrando a fuego lento
justo aquí bien pegadito a mi boca,
no sabré si golpearte con mis pechos
o si dejarme arrastrar noche abajo de nuevo
hacia otra madrugada bohemia.

Reconozco que me enloquecen tus carnes,
reconoce que te enamoran las mías.
Así que si me mientes
que sea dentro de mi boca,
te regalo el resto de mis días

Y es que hay mentiras que sientan tan bien
que parecen verdades ocultas
con secretos que endulzan la hiel
de las noches más tremendas
y más oscuras.

Así es que si me mientes, miénteme bien,
porque hoy quiero engañarme de nuevo.
Ya no reino en esas noches orgullosas
en las que acabo amaneciendo
triste y sola.

Y es que hay mentiras que sientan tan bien
que parecen verdades ocultas
con secretos que endulzan la hiel
de las noches más tremendas
y más oscuras.

Así es que si me mientes, miénteme bien,
porque hoy quiero engañarme de nuevo.
Ya no reino en esas noches orgullosas
en las que acabo amaneciendo
triste y sola.

domingo, 13 de julio de 2008

La parte contratante de la segunda parte


MÁngeles nos dejó en los comentarios de la anterior entrada dos preguntas relacionadas:

  • ¿Cómo eliminar o inculcar... la absoluta realidad de "que el matrimonio es un contrato"?
  • ¿Qué es mejor... que una relación sea un "contrato" o no?


Dos preguntas que a bote pronto dieron lugar a una nueva por mi parte:

  • ¿No son todas las relaciones humanas un pacto, un contrato, un acuerdo, un compromiso…?

Como es habitual, no voy a tratar de sentar cátedra con ninguna de las reflexiones que a partir de ahora exponga en este escrito. Se trata, simplemente, de dejar constancia de cuál es mi manera personal de ver las cosas.

Para empezar, está claro que lo primero que debo hacer es defender mi tesis. Siempre que establecemos una relación o conexión con otra persona estamos estableciendo un pacto entre nosotros, generalmente tácito, basado en las normas de educación y respeto en primer lugar. Somos seres socializados y como tales nos comportamos, y la socialización no es sino la interiorización de una serie de normas que nos permiten interactuar socialmente, la mayoría de las cuales las tenemos tan interiorizadas por la educación recibida y el contexto cultural en el que nos movemos que no somos conscientes de estarlas utilizando. Sino fuera por estas normas, la convivencia entre los seres humanos sería prácticamente imposible porque nuestro egocentrismo nos haría enfrentarnos constantemente con nuestros congéneres.

Cualquier trato interpersonal es, por tanto, un acuerdo y eso se hace más evidente cuando la relación establecida es mucho más estrecha. No es lo mismo el pacto que se lleva a cabo cuando voy a comprar una barra de pan que el que establezco con mi hija cuando negocio mediante el diálogo sobre las ventajas que le va a reportar hacer algo que considero bueno para ella (algo que en épocas anteriores no se daba ya que el padre ordenaba y los hijos obedecían y el único argumento era el “porque lo digo yo”). Llegamos a acuerdos en el terreno profesional y en el familiar, con los amigos y, por supuesto, con nuestras parejas, y estos pactos o acuerdos son de diferente naturaleza y pueden estar relacionados con elementos materiales o con circunstancias emocionales y sentimentales.

El matrimonio, pues, ha sido, es y será un contrato más de los muchos que podemos establecer a lo largo de nuestra vida de relación y, actualmente, cuando anda tan revuelto el río de las relaciones entre hombres y mujeres, los términos del mismo deberán ser negociados cuidadosamente, más allá del régimen económico al que se acojan los futuros esposos (aquello de los bienes gananciales o la separación de bienes). No hemos de olvidar que el matrimonio, en su origen, fue un acuerdo de origen económico y que no ha sido hasta muy avanzada la historia cuando los aspectos románticos y el amor como sentimiento han primado sobre la relación puramente económica. Durante siglos, por motivos económicos y religiosos, muchos matrimonios se han pactado sin la intervención de los miembros de la pareja y la creencia de que “el roce hace el cariño” era comúnmente aceptada; incluso hoy en día, muchos matrimonios siguen vigentes sólo por cuestiones que poco o nada tienen que ver con los sentimientos que puedan existir entre los cónyuges, pero eso es harina de otro costal y merece una nueva serie de reflexiones.

Me hubiera gustado hablar también del miedo al compromiso que existe actualmente en nuestra sociedad, pero visto lo visto, será mejor que lo deje para otra ocasión y que vuelva a cerrar con la palabra “continuará”…


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Para romper un poco la trascendencia y seriedad que inevitablemente tiene la entrada de hoy, quiero dejar el vínculo a un “Contrato de matrimonio” que seguro que suscribirían muchos de los hombres que lean esta entrada.

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Buscando por estos internetes bases históricas del matrimonio, he ido a parar a una página en la que hay una serie de explicaciones sobre el origen de la palabras familia” y “matrimonio” que pueden ser o no ciertas, pero que, de todas formas, no tienen desperdicio (para leer el artículo completo clicar aquí). Dejo también el enlace a un artículo titulado “Evolución histórica del sistema matrimonial español” publicado en la página Noticias Jurídicas por si alguien desea profundizar más en el tema.

miércoles, 9 de julio de 2008

Una palabra nueva: posmachismo

Estos días se ha celebrado en Madrid el 10º. Congreso Internacional Mundos de Mujeres, Women’s Worlds, 2008, y hoy El País se hacía eco de ello a través de un artículo titulado “El hombre nuevo tarda en llegar”. Llevo una larga temporada en la que no estoy publicando nada de lo que escribo, tal vez porque uno de los temas que más me preocupa en los últimos tiempos está relacionado con este polémico asunto de la guerra de sexos y no tengo ganas de pelearme con nadie por las opiniones personales que pueda verter al respecto, aunque tengo que reconocer que las peleas son frecuentes en la vida real ya que es un tema que no deja indiferente a casi nadie y suele levantar dolorosas ampollas entre los representantes de ambos sexos ya que todo/as nos apasionamos cuando se menciona. Así es que, puesto que ya estoy empezando a acostumbrarme a debatir sobre ello, ¿qué más da abrir un nuevo frente de diálogo a través de las páginas de este blog?

En el artículo que sirve de base a este comentario se menciona un nuevo término que probablemente pasará a la historia: posmachismo, una palabra que todavía no está en el diccionario y que, sin embargo, creo que refleja perfectamente el momento histórico que estamos viviendo en las relaciones entre hombres y mujeres. Tradicionalmente hemos estado inmersos en un machismo indiscutible en que el hombre era el rey de la creación y la mujer su más humilde esclava sin otro objetivo en la vida que servirle a él y a su prole. Las mujeres, hartas de esta desigualdad, empezaron un día, no muy lejano, a defender sus derechos y apareció el movimiento feminista que se enfrentaba de raíz a ese machismo; la forma en que el feminismo inició su lucha tal vez no fue la más adecuada, pero sí que dio lugar a un cambio radical en la forma en que las mujeres empezamos a comportarnos y nos permitió empezar a sentirnos individuos de pleno derecho en todos los ámbitos de nuestra vida.

Actualmente, cuando la mujer se ha incorporado al mercado laboral (aunque no exista todavía equiparación con el hombre), cuando el uso de los métodos de control de natalidad permiten decidir el número de hijos y el tiempo que se va a dedicar a ellos, cuando existe la posibilidad de romper el vínculo del matrimonio si las relaciones entre ambos miembros de la pareja no funcionan, cuando etc., etc.… nos encontramos con que la lucha es, si cabe más encarnizada, y existe una brecha que parece imposible de superar entre hombres y mujeres, todos desconfiamos de todos y las relaciones interpersonales parece que llevan camino de ser inviables condenándonos a la soledad más absoluta y a la violencia de género en los casos más extremos. El enfrentamiento, la rivalidad, la desconfianza, la agresividad se han convertido en las únicas herramientas de relación entre ambos sexos y el afecto, el diálogo, la cooperación, la empatía parecen más utopías que realidades.

Evidentemente, resulta muy difícil generalizar cuando cada individuo, pertenezca al sexo que pertenezca, presenta unos rasgos que le son propios y le diferencian del resto de los seres humanos. El mundo de las ideas, de las formas de entender la vida y de manifestarlas es demasiado amplio y complejo para poder establecer, tan solo, dos estereotipos: el masculino y el femenino. Eso no impide, sin embargo, poder realizar ciertas agrupaciones que nos permitan aclarar un poco el panorama. En mi limitada apreciación personal, basada en la observación de las experiencias que me son próximas, sólo puedo decir que hay un grupo bastante amplio de personas que presentan una serie de características comunes. La primera observación es, sin duda, que ni ellos ni nosotras nos entendemos. La segunda es que tanto ellos como nosotras solemos desarrollar comportamientos más cercanos al sexismo, de cualquier clase, y por tanto, a la diferenciación, que a la tendencia a la igualdad y al acercamiento de posturas. Observo, también, que en muchos casos, tanto hombres como mujeres nos empeñamos en mantener comportamientos desfasados y obsoletos que parecen más próximos a esa nueva manera de entender el machismo y para la cual el término posmachismo sería tan idóneo. Observo que los poderes públicos en algunos casos han propiciado el desencuentro legislando de una manera poco equitativa que ha creado injusticias comparativas en el trato a los hombres y las mujeres.

Los hombres y las mujeres nacemos diferentes y nunca podremos ser idénticos -a menos que la ciencia avance en el sentido de eliminar los rasgos genéticos y morfológicos que nos caracterizan, algo que por ahora es ciencia ficción-, así pues, pretender una igualdad absoluta es impensable, la igualdad a la que se debería tender es la de los derechos, los deberes y las oportunidades. Y para conseguirla, es preciso que existan cambios radicales en la cultura y en la educación de esta sociedad de la que todos formamos parte. El paso del tiempo seguirá llevando adelante esta evolución, pero debemos ser conscientes que el resultado de la misma será el producto de lo que cada uno de nosotros hagamos actualmente, somos responsables del mismo y no nos podemos abstraer de esa responsabilidad. Adoptar posturas extremas sólo nos llevará a crear dos mundos separados, el de los hombres y el de las mujeres.

Las mujeres en poco tiempo hemos cambiado mucho y no siempre lo hemos hecho bien. Los hombres, mientras tanto, han tenido que ir adaptándose a los cambios de las mujeres, con la subsiguiente resistencia que cualquier cambio genera en el ser humano. Ambos sexos hemos evolucionado a un ritmo diferente y ésa es la causa del actual desencuentro. Es preciso que aparezca un nuevo hombre, pero también que las mujeres nos bajemos un poco de ese pedestal en el que nos hemos subido, no somos perfectas y no lo hacemos todo bien. Hombres y mujeres deberíamos abandonar las actitudes sexistas y subir un escalón en la forma de entender las relaciones entre ambos, no hay que olvidar que, por encima de nuestras diferencias genéticas y fisiológicas, pertenecemos a una misma especie y nos necesitamos los unos a los otros, y no sólo para reproducirnos como seres vivos, por lo que deberíamos de ser, por encima de todo, personas.

Acabo de pasar revista a todo lo que llevo escrito y me doy cuenta de que, pese a la extensión que está alcanzando el texto, son muchas las ideas que todavía no he sacado a la luz. Me temo que acabo de abrir una nueva caja de Pandora y me doy cuenta de que éste no es sino el principio de una serie de escritos relacionados con el mismo tema y que, indudablemente, necesitaré tiempo para ir exponiendo todas y cada una de las ideas elaboradas al respecto. Así es que, hoy por hoy, sólo puedo decir que continuará…