"No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo. " (Oscar Wilde)



domingo, 4 de mayo de 2008

Ya lo decía mi madre



El otro día, dando vueltas por los “internetes”, me encontré con una iniciativa que me llamó la atención y me hizo ponerme a pensar en mi infancia y, sobre todo, en mi madre. Dicha iniciativa consistía en un concurso en el que los participantes debían realizar un relato sobre esas frases o expresiones de nuestra infancia que tantas veces hemos escuchado en boca de nuestras madres. Llevo varios días recopilando alguna de las frases que decía la mía y aprovechando que hoy es el día de la madre --una de esas fiestas para tocarnos el bolsillo pasando por el corazón que se han inventado los grandes almacenes-- quiero dejarlas aquí como un homenaje a esa mujer que con su sencillez y su personal manera de entender la vida ha dejado una impronta tan grande en mi personalidad que, a pesar de ser tan diferentes, a medida que pasan los años, cada vez me siento más próxima a su manera de pensar y de actuar.

De pequeña era una niña rechoncha, mi madre, que me hacía bastante ropa, comentaba que tenía la misma medida de contorno de pecho, de cintura y de caderas (vamos, nada más alejado del mítico 90-60-90); sin embargo, en la adolescencia empecé a estirarme y me quedé con la apariencia que tengo ahora y que es la que he ido manteniendo con ligeras oscilaciones a lo largo de los años. A ella, que es lo que se podría decir gorda, sin eufemismos ni paliativos, y que pertenece a esa generación de la posguerra en la que la gordura era sinónimo de salud, le preocupaba que su niña fuera perdiendo peso y muchas veces me decía: “te estás quedando como el espíritu de la golosina”, una frase que siempre me ha parecido muy poética…

Algunas de las frases que utilizaba me hacían reír, como aquella de “estamos como piojo entre costura” que se refería a estar en medio de una aglomeración sin espacio para poder moverse. o aquella otra de “burro trasquilao a los tres días igualao” que hacía referencia a que las cosas con el tiempo se suavizan y pierden importancia, o bien la de “en ocasiones los pollos enseñan a las gallinas” que tiempo atrás sirvió de título a una entrada en la que hablaba de mi hija, y que mencionaba siempre que le explicaba a mi madre alguna cosa que ella no sabía.

Otras en cambio, me ponían furiosa, había dos, concretamente, que me daban mucha, pero que mucha, rabia… Una de ellas era el “pórtate bien…”, dicho en un susurro al oído, que acompañaba indefectiblemente a los besos y achuchones, en el momento de cualquier despedida más o menos prolongada, cuando salía para ir a casa de alguien o me iba de fiesta o, bien, cuando me quedaba sola en casa. La otra era “cuando seas mayor lo entenderás” y que, con el paso de los años y la experiencia que da la maternidad, sospecho utilizaba cuando se quedaba sin argumentos ante mis preguntas.

Mi madre nunca fue excesivamente “pegona” y lo máximo que soltaba era algún capón de medio lado que no llegaba a doler, costaba bastante que llegará a perder los estribos aunque las pocas veces que lo hacía se lanzaba, zapatilla en mano, en nuestra persecución; ya que, tanto mis hermanos como yo, salíamos huyendo en tales circunstancias --dar vueltas alrededor de la mesa del comedor era un remedio infalible. Como no llegaba a darnos alcance casi nunca, la cosa no pasaba de ser una simple anécdota que, contemplada desde fuera, resultaba francamente cómica –más de una vez me he despanzurrado de risa viendo como alguno de mis hermanos se escabullían del arma letal de mi madre, y a ellos les ha pasado lo mismo conmigo. Solamente recuerdo un par de ocasiones en las que la zapatilla llego a hacer blanco en mi culo y, en aquellos casos, el escozor que dejaba era intenso y su recuerdo suficiente para que sirviera de advertencia en otra situación similar, así es que generalmente bastaba con la amenaza recogida en expresiones como “como vaya yo, verás…” o “es la última vez que te lo digo” o “esta noche te vas a ir a la cama caliente” para que la intimidación diera sus frutos.

Una de esas frases que he oído infinidad de veces es la de “nadie nace enseñado” y que utilizaba lo mismo cuando nos lamentábamos de que algo que habíamos intentado no había salido como esperábamos para darnos ánimos, o bien, en un contexto diferente, cuando ella reflexionaba sobre las enseñanzas que da la vida.

Otra, que me dejaba casi siempre triste y meditabunda, era la de “no estoy enfadada, estoy dolida” que solía decir cuando se le pedían disculpas después de una trastada, respuesta a aquella, que en pleno acto de contrición, le decía yo, “por favor, mamá, no te enfades”. Una de esas oraciones con doble sentido porque por un lado reflejaba el efecto de la trastada en cuestión había producido en el ánimo de mi madre y, por el otro, dejaba una sensación de culpabilidad atroz, objetivo del victimismo que muchas veces han utilizado con tanta precisión las mujeres de aquella generación.

Y otra, que siempre me pareció como una profecía de mal agüero, “como sigas así, vas a derramar muchas lágrimas”, y que, efectivamente, se ha cumplido sobradamente, aunque he seguido siendo, como siempre decía ella, “como la cantimplora, que tan pronto ríe, como llora”…

Para terminar, quiero dejar una última frase que, más que de mi madre –a quien también se la he oído decir más de una vez--, era de mi abuela --mi querida abuela María que acostumbraba a decirla siempre en catalán, recuerdo de los años en los que de joven, había vivido en esta ciudad--: “si vols estar ben servit, fes-te tu mateix el llit” (si quieres estar bien servido, hazte tú mismo la cama) y que utilizaba ante las quejas de las que era objeto cuando algo no estaba a mi gusto o, por el contrario, lo que yo hacía no estaba en condiciones.

11 comentarios:

Luna Azul dijo...

Buenos días tocaya, leyendo tu entrada te puedo decir que casi la puedo hacer mía, salvo pequeñas diferencias, las frases son las mismas y los susurros al oído que a mi también me sacaban de quicio. Y hasta los capones y las zapatillas jajajaja.
Te deseo un feliz día de la madre.
Muxus laztana.

TORO SALVAJE dijo...

Yo también dava vueltas alrededor de la mesa del comedor.

Era mi especialidad.

Me ha enternecido mucho.

Besos.

lemoinestar dijo...

Luna, Toro,
Me parece que somos el resultado de una manera de educar y que nuestras vidas están llenas de lugares comunes, como esa mesa del comedor, jajajaja.

Gracias a los dos por pasar por aquí.

Petonets.

lena dijo...

me he visto reflejada en lo que has escrito, como hija y como madre, porque mi forma de ser madre se parece mucho a la suya, perdí a mi madre hace años y siempre la he echado en falta.Y muchos besos mi niña

ybris dijo...

Pues se ve que las madres son madres en todas las épocas y las frases que se dicen no son muy diferentes en distintas épocas y lugares.

Es un excelente homenaje al amor que siempre nos demostraron.

Besos.

Lúzbel Guerrero dijo...

Por momentos pensé que había encontrado a una hermana perdida, pero luego se reveló la gran diferencia; mi madre utilizaba "armas de prolongación" (cucharón de la sopa, etc.), al tiempo que no desdeñaba el lanzamiento de zapatilla, que se le daba bastante bien
Un interesante hoenaje

Alvargonzalo dijo...

...Vengo a meter baza.
Tan buenos recuerdos los tuyos como la niñez que te supongo.
Sé, aunque no las citas expresamente, que hubo referencias al lobo, al hombre del saco, a las aguas mil de abril, al cuarenta de mayo...a estar en casa las diez, a la mujer de provecho y a tantas otras.
Un saco completo, contra reembolso.

JUANAN URKIJO dijo...

Encierran tanto mundo, esas viejas enseñanzas, que estoy convencido de que cualquiera de nosotros no sería la misma persona, de no haberlas recibido. Y sobre todo, como bien dices, de nuestras madres.

Besos, Lemoine.

calimatias dijo...

Maravilloso. Primoroso. Sincero y directo. Una pequeña joya que guardar y a la que volver. El mejor de los regalos. Cuantas más veces lo leo más hondo me llega. Y activa el mecanismo de los recuerdos de cada uno. Un acierto rescatar el de su abuela. No hay madre sin abuela detrás. O, al menos, ése es mi caso.
¿Para cuándo otra sorpresa como ésta?

mangeles dijo...

Yo también me apunto...todo conocido y reconocido...jeje salvo lo de vueltas al rededor de la mesa del comedor..lo nuestro era encerrarnos en la habitación, ella empujaba la puerta hacia dentro y nosotros hacia fuera...Ahhh y mi primo Paco, a su madre, un día cansado de que le diera, le quito la zapatilla y se la tiró al tejado de la casa ...jejee

Prijuabe dijo...

Por diferencias de edad, a mi además de decirmelas mi madre también me las recordaba mi hermana, era como tener dos madres todo en doble menos la mesa que esa me servía de poco, eran dos contra uno y siempre me pillaban, jajaja.

Besos con sabor.