Esta mañana estaba tranquilamente sentada en mi despacho repasando unos documentos de la semana cuando de repente se ha abierto la puerta y ha aparecido un personaje de comic en el umbral, llevaba el cabello recogido en una especie de moño-coleta del que se escapaban dos mechones puntiagudos como dos rayos por el lado derecho de la frente, una camiseta azul marino con dibujos orientales en vivos colores y un pantalón pirata-bombacho (imposible de clasificar con certeza) también azul marino y, por supuesto, como siempre que se pasea por la casa, iba descalza. Venía con los ojos brillantes y en su rostro se reflejaba una hermosa sonrisa que se ha convertido de repente en un bostezo que más bien parecía el hipoaullido-huracanado de Pepe Pótamo ante el que no he podido reprimir una sonara carcajada y que me ha costado recibir un inevitable collejón… Este personaje es mi hija…
…Y me han entrado ganas de escribir sobre ella y sobre la relación tan especial que mantenemos. Resulta que además de ser adolescente (enfermedad que se cura con el tiempo), me ha salido friki y mangaka (cosas que no sé si tienen cura) y se pasea por el mundo con un look visual, sus correctores dentales y un comic manga siempre bajo el brazo o entre las manos. Exige alimentarse casi exclusivamente de comida oriental, así es que he tenido que aprender a preparar sushi, fideos ramen y woks de verduras, que engulle, por descontado, con palillos y salsa de soja.
A lo largo de lo que a mí me parece su corta vida (ella empieza a decir que se hace vieja y yo, por supuesto, soy una abuela) me he planteado en numerosas ocasiones si he sido una buena madre y si es feliz… Muchas veces pienso que no he sido para nada una madre convencional y ella me lo ha transmitido en múltiples oportunidades; “no te pareces a las madres de mis amigas”, me dice, y, ojalá no me equivoque, percibo un puntito de orgullo en el tono de su voz que me satisface.
Como hija de padres divorciados ha crecido en unas condiciones un poco especiales. Hoy en día no llama la atención eso, son demasiados los hijos de padres separados que pululan por el mundo, pero imagino que todos los padres que estamos en esa situación nos sentimos un poco culpables de no haberles sabido dar ese tópico de “la familia feliz y contenta” (nombre de un plato chino, por cierto)… Repasando las circunstancias anteriores y posteriores a la ruptura de la pareja, pienso que, a pesar del trato exquisito que siempre mantuvimos mi ex–pariente y yo, ella siempre había percibido que las cosas no eran como parecían y que había un mar de fondo que no se le escapaba. Así es que cuando se produjo la ruptura no creo que le generará un sufrimiento traumatizante; si me baso en sus resultados escolares, pienso que fue, incluso, al contrario, porque inmediatamente después se produjo una mejora evidente en los mismos. Por supuesto que, en múltiples ocasiones, intentó llevar a cabo maniobras encaminadas al acercamiento entre su padre y yo, maniobras que acabaron el día en que me senté a charlar con ella y le dije que era imposible que ese hecho se produjera porque ninguno de los dos estábamos por la labor.
Porque si hay algo que tengo con mi hija con conversaciones interesantes, no tantas como yo desearía, al contrario… se producen siempre cuando ella está predispuesta a tenerlas, que es en contadas ocasiones, pero cuando se dan es como si habláramos un idioma comprensible para las dos que nos aproxima. Esta mañana ha sido una de las veces, en unos minutos me ha dado cuenta de sus preocupaciones estudiantiles y de la angustia de los malos resultados (previsibles porque todavía no los conocemos con certeza) que, como consecuencia de diversas circunstancias, se han producido este año.
Por otro lado, tengo que reconocer, que me duele en demasía que sea tan arisca, en ocasiones algo semejante a un cardo borriquero, y que no me deje aproximarme físicamente a ella, encuentro a faltar los achuchones y arrumacos que compartíamos cuando era pequeña y que hace tiempo que no se dan, y menos en presencia de terceros, si alguna vez se me ocurre alargar la mano para darle una pequeña caricia me salta con el inevitable “ay, mamá, déjame en paz”… que me deja rota el alma. Otras veces, en cambio, es ella la que viene a mí y me reclama que le coja de la mano o la estruje, sin exceso, eso sí, entre mis brazos… eso me compensa de todo lo demás.
Conclusión: no estoy de acuerdo con eso del cría cuervos… en mi caso ha sido la experiencia más enriquecedora de mi vida y han sido muchas las ocasiones en las que he aprendido de y con ella. Me viene a la mente aquella frase que me dice muchas veces mi madre… “en ocasiones los pollos enseñan a las gallinas”…
Como música para acompañar había pensado poner una de las muchas canciones japonesas que escucha mi tierno retoño… pero después de darle un par de vueltas, he decidido hacer una doble entrega y colocar, además, la canción de cuna que tantas veces le canté.
P.D. Joer, joer, joer... la página de internet que utilizaba para colocar la música en el blog ha desaparecido del mapa... Je suis désolé... ¿habrá alguien que me puede dar un "coup de main"?