Después del relax que nos permitió el café que tomamos en el Zurich, volvimos a salir de nuevo al bullicio de la ciudad para dirigirnos a uno de los sitios que a mí, personalmente, me fascinan más de Barcelona: la placeta de Ramón Amadeu y la iglesia de Santa Ana.
Accedimos al lugar desde la misma Plaça de Catalunya, por la corta calle de Rivadeneyra, a través de un pequeño pasaje casi invisible. Parece mentira que a escasos metros del ajetreo del centro de la cuidad se pueda encontrar una isla de calma como ésta, una isla escondida y casi desconocida para muchos de los habitantes de la urbe. En ella destaca el colorido de las flores de un quiosco que hay en el otro acceso, el de la calle Santa Ana, a la que se llega a través de un portal del siglo XV, y la serena belleza de la iglesia-monasterio de Santa Ana.
Se trata de un pequeño monasterio vinculado desde el siglo XII a la Orden del Santo Sepulcro. La iglesia de planta en cruz griega, conserva su estructura románica originaria, aunque es totalmente gótica en la cubierta, el cimborrio, el claustro y la sala capitular. Destaca el claustro del siglo XIV-XV, de doble galería, muy tranquilo y con una frondosa vegetación.
La iglesia y el claustro casi siempre permanecen cerrados, excepto cuando se celebra algún evento, como puede ser una boda o un concierto; aunque tuvimos la suerte de poder visitarlos a nuestras anchas porque, por razones que desconocemos, en aquellos momentos estaba abierta al público. ¿Estaba la magia con nosotras?
Accedimos al lugar desde la misma Plaça de Catalunya, por la corta calle de Rivadeneyra, a través de un pequeño pasaje casi invisible. Parece mentira que a escasos metros del ajetreo del centro de la cuidad se pueda encontrar una isla de calma como ésta, una isla escondida y casi desconocida para muchos de los habitantes de la urbe. En ella destaca el colorido de las flores de un quiosco que hay en el otro acceso, el de la calle Santa Ana, a la que se llega a través de un portal del siglo XV, y la serena belleza de la iglesia-monasterio de Santa Ana.
Se trata de un pequeño monasterio vinculado desde el siglo XII a la Orden del Santo Sepulcro. La iglesia de planta en cruz griega, conserva su estructura románica originaria, aunque es totalmente gótica en la cubierta, el cimborrio, el claustro y la sala capitular. Destaca el claustro del siglo XIV-XV, de doble galería, muy tranquilo y con una frondosa vegetación.
La iglesia y el claustro casi siempre permanecen cerrados, excepto cuando se celebra algún evento, como puede ser una boda o un concierto; aunque tuvimos la suerte de poder visitarlos a nuestras anchas porque, por razones que desconocemos, en aquellos momentos estaba abierta al público. ¿Estaba la magia con nosotras?
Una reflexión personal: en estos tiempos tan materialistas en los que nos ha tocado vivir, los grandes bancos e importantes comercios que ocultan esta pequeña isla no han podido con ella a pesar de la especulación, hoy en día se están poniendo en marcha los mecanismos necesarios para preservar estas joyas del pasado, pero en los años 60 eso no era así. ¡Bien por Santa Ana! (No os olvidéis, que aunque me considero agnóstica, no deja de ser la que me da nombre, jejeje).