No es que ahora los trenes funcionen mal, con la alta velocidad, los trenes, por lo general, no sólo llegan a su destino en la hora prevista, si no que suelen hacerlo con adelanto sobre ella. Atrás quedaron, pues, los proverbiales retrasos de la R.E.N.F.E., bueno… eso tampoco es del todo cierto, y si no que se lo digan a los sufridos usuarios de las líneas de cercanías catalanas, tan obsoletas y descuidadas que, el día que no se estropea una, se estropea otra, o, si no, varias a la vez… líneas a las todavía no les ha llegado la hora de modernizarse… Si el AVE que venía volando llegó con tanto retraso a estas tierras, no quiero pensar qué pasará con estas humildes líneas, tan dejadas de la mano de Dios y de la de los presupustos... pero esto es otro cantar…
Retomando, pues, el tema, reconozco que también hemos ganado en limpieza. Estos trenes modernos tan aerodinámicos, tan sofisticados, tan asépticos, se parecen más a los aviones con los que quieren competir que a los trenes de antaño, sobre todo a los que utilizaba en mi infancia, en una línea de ínfima importancia –tanto es así que a mi pueblo de origen hace ya muchos años que no llega el tren, al que se le conocía familiarmente como “la burreta”-, con sus incómodos bancos de tiras de madera y sus ventanillas abatibles a través de las que se colaban negras bolas de carbonilla que te hacían salir del tren tiznado como si fueras un fogonero, pero que permitían sentir la maravilla del cosquilleo del viento en la cara.
Y es que estos trenes que parece que vuelan bajito son tan herméticos que, hasta los que en ellos viajamos, nos encerramos en nosotros mismos; nada más sentarnos, una anónima e impersonal azafata nos entrega unos tapones para los oídos, con la excusa de que oigamos la música o la película que nos van a poner, pero con el fin de aumentar ese aislamiento, de manera que ya no hablamos con quienes a nuestro lado viajan como no sea un discreto “perdón”, casi susurrado, cuando, por alguna razón, hemos de abandonar el asiento que tenemos adjudicado. Nada que ver con los antiguos compartimentos en los que se establecían largas conversaciones con los compañeros de viaje, -los viajes eran lentos y, por lo tanto, largos en el tiempo aunque los kilómetros fueran escasos- llegando, incluso, a compartir la comida que cada uno llevaba, al mismo tiempo que las vivencias personales o la filosofía de vida.
Otra prueba más de que mejoran los medios de comunicación… ¿o eran los de incomunicación?... Menudo lío me estoy haciendo…